Una película me trajo hasta aquí

Escuchaba hoy la canción «Una canción me trajo aquí» de Jorge Drexler, en su album «Amar la trama». Pensaba que podía explicarse en lo que estoy viviendo ahora, haciendo el Camino de Santiago. Pero no una canción, sino una película: «The Way» de Emilio Estevez, con la actuación de Martin Sheen, Deborqh Kara Unger y el mismo Estevez, que juega el rol de hijo de Sheen siendo en realidad hijo del actor. No sé si lq han visto, pero si no, háganlo. Está ahora disponible en Netflix.
«The Way» tiene una virtud. Captura la esencia del espíritu del Camino. La diversidad de caminantes, motivaciones e historias. Cómo el Camino cambia a muchas personas y la comunidad de caminantes que se desplaza a lo largo de los días, con anécdotas duras y divertidas. Obviamente, la realidad desborda a la ficción pero más de alguno después de verla habra dicho: «Por qué no?»

Sin embargo, hay cosas que la película nl puede describir. En primer lugar, la larga lista de despedidas a las que uno tiene que acostumbrarse. Yo llevo varias en mi lista. En algunos casos es porque las personas toman otras rutas; o porque se acaban sus días en el Camino; en otras, es porque los ritmos diversos o las lesiones (ampollas, tendinitis, infecciones, etc.) hacen que unos avancen más rápido que otros. Ver a los amigos partir y alejarse entristece pero es como en la vida. Y el Camino tiene su magia. Otros llegan, con otras historias y anécdotas. Pero no son los mismos e igual se van. Pero esa es la movilidad del Camino. Sentir que uno camina con otras y otros, parte de una gran comunidad.

Otro tema que la película no puede expresar es esta rutina diaria que nos mantiene vivos: levantarse; tomar desayuno; ponerse a caminar; caminar 5, 6, 7 u 8 horas según tu complexión, velocidad y estado físico; llegar al albergue; registrarse; ubicarte en tu camarote; bañarte; lavar la ropa del día; almorzar (si no lo hiciste en el Camino); descansar un rato; escribir en tu diario, facebook; comprar lo que te falta; cenar ( en comunidad o en un bar -menú del peregrino; irte a dormir antes que apaguen las luces a las 10 o 10:30. Muy básico. Nos permite sobrevivir y avanzar. Pero, a pesar de lo rutinario, no hay día igual a otro. Los paisajes son distintos; el caminones diferente. Las personas son otras aunque sigas viendo a algunas. Y los albergues tienen cada uno su marca aunque los servicios que ofrecen sean los mismos. En medio de la rutina, el milagro: las conversaciones genuinas de las que hablé en una entrada anterior. 

Y, finalmente, la película no puede transmitir algunas de las obsesiones que vivimos día a día los peregrinos: uno, el peso. Todo pesa, incluso gramos. Y la diferencia entre una mochila pesada y una más liviana se siente cada día y hora. Uno aprende a desprenderse: ropa, lo que trajiste «just in case», incluso una barra de jabón más grande por una chica. Lo otro es cómo nos acomodamos a la situación: poco espacio, cama arriba o cama abajo; baño compartido; cola para bañarse; cola para lavar la ropa; cola para entrar al albergue. 

Al final cada uno vive el Camino desde sus apuestas y deseos. Pero les animo a ver la película. No les defraudará. Y tal vez quieran también a vivir esto.Buen Camino!!!

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